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En recuerdo de Paul Naschy


Con motivo del 10 aniversario de su fallecimiento, MUCES dedica un pequeño homenaje al maestro del cine clásico de terror. Se han programado por este motivo cuatro de sus películas más significativas, así como un documental de factura reciente que revela algunas facetas interesantes de su vida y obra. También está prevista la celebración de una mesa redonda y una conferencia impartida por Miguel Olid.


Sábado 17 de noviembre / 11:30h – Centro Cultural La Alhóndiga


Mesa redonda moderada por Miguel Olid, con la participación de Sergio Molina, hijo de Paul Naschy y director del festival Nocturna Madrid (dedicado al cine fantástico); el actor y director sevillano Víctor Barrera (que acompañaría a Naschy en varias de sus películas), y Víctor Matellano, director de cine y teatro, guionista y escritor cinematográfico (autor de una veintena de libros sobre cine).

Por Miguel Olid Suero*
El 30 de noviembre de este año es el décimo aniversario de la muerte de Jacinto Molina, más conocido por su alias artístico, Paul Naschy. Nacido en Madrid el 6 de septiembre de 1934, su nombre alcanzó altas cotas de popularidad, así como reconocimiento más allá de nuestras fronteras en unas etapas que se alternaron con otras de ostracismo y olvido.


Si bien está estrechamente vinculado con el cine de terror, Molina tuvo numerosas facetas. Algunas son más conocidas, como la deportiva a lo largo de 35 años (corredor, lanzador de jabalina, boxeo, halterofilia y power lifting, con varios logros nacionales e internacionales). Otras, no tanto, como su faceta de director de documentales culturales y divulgativos, escritor de novelas del oeste o ilustrador de una compañía discográfica.


Pese a ser muy pequeño cuando estalló la Guerra Civil, en su libro “Paul Naschy. Memorias de un hombre lobo” cuenta que recordaba perfectamente algunas estampas de horror de la misma que se quedaron para siempre en su retina: los últimos estertores de un hombre decapitado o los cadáveres de muchos fusilados. Parece que estos hechos marcaron su vida desde la infancia, pero la muerte siguió rondándole en muchas ocasiones: desde el hecho de trabar amistad con el tristemente célebre Jarabo –ajusticiado a garrote vil–, hasta la operación a vida o muerte, con muy pocas esperanzas, que le realizaron a corazón abierto, pasando por el trágico fallecimiento accidental de personas muy cercanas –como compañeros de juegos, un especialista de cine o una novia–, así como el suicidio de otra. También fue testigo de un tiroteo en Egipto, en el que unos policías acribillaron a dos supuestos integristas.
 

La película que más marcó su infancia fue “Frankenstein y el hombre lobo”, protagonizada por Lon Chaney hijo, convertido en su héroe particular y en el causante de que cuando su madre le preguntó en cierta ocasión qué quería ser de mayor, Molina le respondiera: “Hombre lobo”.


Debido a su profesión de peletero, su padre conoció a destacados artistas, desde Sara Montiel y Alfredo Mayo, hasta Orson Welles, Sofía Loren, Charlton Heston, Cary Grant o Frank Sinatra, entre otros muchos. Así, gracias a sus numerosos contactos, pudo introducir a su hijo en el cine.


Su primera aproximación al cine de terror fue “La marca del hombre lobo” (1968), cuyo guion escribió sin sospechar que él mismo acabaría siendo el protagonista. Aunque para ello tuviera que internacionalizar previamente el nombre del personaje porque el licántropo no podía ser español (asturiano para más señas). Fue así como Waldemar Daninsky aparece en escena, nombre con el que rendía honor a su admirado Edgar Allan Poe. También fue en esta película cuando adopta su nombre artístico, Paul Naschy, para poder comercializar mejor la película en el extranjero.


La década de los 70, la más fructífera de su carrera, se inauguró con uno de los grandes éxitos del cine de terror español “La noche de Walpurgis” (1970), seguido poco después de “El espanto surge de la tumba” (1972), pese a que apenas contó con un día y medio para escribir su guion. El salto a la dirección la dio con “Todos los gritos del silencio” (1975) debido a la detención del director, al parecer, según los rumores, por corrupción de menores. Pero su pleno debut como realizador fue con “Inquisición” (1976). Al año siguiente dirigió “El huerto del francés” (1977), definida por él como una de sus películas “más emblemáticas y de mayor calidad”.


A principios de los 80 es cuando una potente productora japonesa contacta con él, lo que supone el inicio de una etapa muy satisfactoria. Realizó entonces documentales culturales (sobre el Museo del Prado, Monasterio de El Escorial o las cuevas de Altamira), pero con dramatizaciones. También gracias a sus contactos en Japón coprodujo “El carnaval de las bestias” (1980) y “La bestia y la espada mágica” (1983), una historia de brujería japonesa con la presencia de Waldemar Daninsky. Sin embargo, a mediados de esa misma década pasó también por su peor momento debido a la falta de proyectos y a una profunda depresión. Aunque eso no le impidiera sacar adelante “El aullido del diablo” (1987), en la que se metió en la piel de 12 personajes míticos del terror: Fu-Manchú, el Fantasma de la Ópera, Frankenstein, Quasimodo, Mr. Hyde y el propio Waldemar Daninsky, entre otros.


Con más de un largo centenar de títulos en su trayectoria como actor y una veintena como director, contaba también con numerosos proyectos que nunca vieron la luz. El más interesante fuera tal vez su visión sobre una figura histórica del anarquismo, fallecido en circunstancias no muy claras durante la Guerra Civil: Buenaventura Durruti.

* Miguel Olid Suero es doctor en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Sevilla, en la especialidad de Historia del Cine. Realizador que ha traspasado fronteras con su obra (sus documentales han obtenido numerosos premios internacionales), investigador incansable y firma habitual en diversos medios nacionales, Olid es un colaborador asiduo a MUCES.

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